lunes, 28 de mayo de 2012

Encuentro


Estaba sentado en la barra fumándome un cigarrillo, era última hora, el trabajo me había agotado y los últimos clientes que quedaban estaban apurando sus copas. Cristian me sirvió un trago  de whisky, era el dueño del bar, mi jefe, hijo de emigrantes daneses, alto, espigado, hablaba mucho y muy rápido, me cansaba hablar con él, por eso intentaba dirigirle poco la palabra y me dedicaba a trabajar, quizá fuera esa la razón por la que tardó tanto tiempo  en despedirme. Nunca nos caímos bien.
Entró una mujer joven, parecía extranjera y desubicada, me dijo algo que no pude entender, la dirigí a Cristian con la mirada mientras levantaba las cejas, intentando hacerla ver que me importaba poco cualquier cosa que me pudiera decir y me dejara tranquilo, pero no dio resultado e insistió en su pregunta. – conoces un bar que se llama Taboo?- me preguntó. Definitivamente era extranjera, inglesa probablemente, tenía unas buenas piernas y un trasero bastante aceptable, la dije que si esperaba unos minutos la acompañaría, no era bueno dejar una chica como esa sola por ahí. Recogí mis cosas y le dije a Cristian que me iba y antes de que me pudiera decir cualquier cosa ya me encontraba en la calle.
Aunque  nos dirigíamos a aquel bar que odiaba yo me sentía afortunado, algo así como un depredador de la sabana que había conseguido atrapar una presa herida, una especie de león indómito que había encontrado una cría de gacela, la ley de la selva pensé…. Se llamaba Keith, y en ese momento no sabía lo indefenso que me iba a dejar algunos años más adelante.
Entramos en aquel sitio, se suponía que iba en busca de unos amigos, la dije que si quería charlar iba a estar en la barra, asintió y despareció entre la gente. La música de aquel lugar era espantosa y su volumen la hacía insoportable. Apenas tenía dinero, no me gustaba aquel sitio, solo quería llegar a casa, abrir una cerveza y leer un libro que dejé a medias la noche anterior. Pero me quedé, que caprichoso es el destino. Llegué a la barra, me pedí un whisky solo con hielo y un chorro de agua, me encendí un cigarrillo y me giré a echar un vistazo a aquel frenético gentío que hervía con cada baile, era como observar un enjambre de abejas justo después de haber lanzado una pelota de tenis ardiendo contra su panal, todos se relacionaban entre sí, bailaban, hablaban, ¡hablaban! ¿De qué coño podías hablar en un sitio como ese? Nunca me gustaron aquellos lugares. Terminé la copa y pedí otra, la camarera me atendió con la misma falta de entusiasmo. Cuando me giré, allí estaba Keith, bailando animosamente con un chico alto, guapo, con clase, eso me hizo sentir mal, no sabía muy bien porque pero me deprimió bastante. Ella me miró y pareció decirle algo al oído a su macho alfa, entonces empezó a andar en mi dirección, se acercó, se apoyó en la barra justo a mi lado y se dirigió a la camarera, pidió y me ofreció un cigarrillo mientras se colocaba uno en los labios, yo acepté y la ofrecí fuego, lo encendió y mientras expulsaba el humo hacía mi cara me dijo:
- ¿Tu no hablas mucho no?, es una pena, porque soy nueva aquí, y no conozco mucha gente.
-No me gusta este sitio- respondí
-Vamos a un sitio que te guste
-No me suelen gustar muchos sitios, y los que me gustan a mi no les suele gustar mucho a la gente
-A mí tampoco me gusta este sitio. No encuentro a mis amigos, vamos llévame a algún sitio.
Apuré mi copa y salimos fuera. Antes de llegar a la puerta ya me había cogido de la mano, me la apretó fuertemente, aquello me hizo sentir bien, de alguna manera ella me había elegido, nunca antes me habían elegido para nada.
Al salir giramos a la izquierda, la calle estaba llena de gente, borrachos por aquí y por allá, todos parecían disfrutar. Pensé que sería mejor pasar por casa primero, guardaba una botella de vino desde hacía algún tiempo, la reservaba para una ocasión especial, pero… ¡qué mejor momento que ahora para beberla!  Andábamos a un paso rápido, casi tiraba de ella, no estaba acostumbrado a andar con gente, siempre caminaba solo y lo hacía de forma veloz, una herencia de mi impuntualidad crónica. En la escuela nunca llegué a clase antes de empezar la maestra, en 4º curso, recuerdo un día en especial. Era carnaval, y se había planeado una fiesta, todos teníamos que ir disfrazados, el tema era libre y a mi hermana se le ocurrió que ir vestido de bebé era una gran idea. Yo no me resistí, nunca fue mi fuerte resistirme. Aquel día nos despertamos un poco antes de lo habitual, en la radio sonaba “it´s the final cuntdown” un tema de The Europe que se puso de moda por aquella época y se podía escuchar en la radio una y otra vez. Mi hermana ya tenía todo preparado y después de desayunar empezó con mi acondicionamiento. Primero me colocó un pañal, me hizo un par de coletas, me pintó la cara con unos grandes coloretes y un montón de pecas repartidas por todo el rostro. La tarde anterior me había comprado una gran piruleta que me hizo llevarla en la mano y me hizo prometer no abrirla hasta llegar a la escuela y me colocó un chupete en la boca. Ya estaba listo, era febrero y hacía bastante frío, pero un día es un día pensé, y no me importó. Como siempre, no iba a llegar puntual, ni si quiera a la fiesta. Bajé corriendo, excitado por el día tan estupendo que nos aguardaba, no me encontraba muy cómodo con mi caracterización, pero pronto me dio igual, solo deseaba llegar y pasarlo bien. La calle estaba desierta, no había nadie, miré el reloj, 15 minutos tarde, entré en el edifico, subí las escaleras y le pegue unos lametazos a la piruleta. Llegué exhausto a la puerta, 4ºB, cogí aire y la golpeé fuertemente, escuché una voz, era Doña Pepi, me dijo que entrara, abrí la puerta. Chupete, piruleta, pañales, grandes coloretes, pecas repartidas por el rostro, mis dos coletas… al dar mi primer paso me di cuenta, me acordé, la fiesta era por la tarde, todo el mundo sentado en sus pupitres, con sus pantalones y faldas y sus jerséis y sus cuadernos de estudio y sus estuches y sus lapiceros y sus caras de asombro. Se escuchó alguna risa tímida y luego alguna otra, se fueron sumando algunas más, Doña Pepi se acercó rápidamente y me sacó al pasillo, desde allí pude oír las carcajadas, eran como un concierto coral, una sola carcajada salía de todas ellas, una brutal carcajada que se clavo en mi pecho y lo hundió e hizo multiplicar por treinta el peso de mi cuerpo.
-Javi, si quieres vete a casa te cambias y vuelves, la fiesta era por la tarde, lo siento mucho…
-No se preocupe seño, si no la        importa, prefiero quedarme, solo necesito un boli.
-¿Estas seguro?
-Si, no se preocupe, está bien. Las palabras salían entrecortadas de mi boca.
Entramos los dos, me senté en mi asiento habitual, Sergio, mi compañero de mesa me miró intentando aguantar la risa, le pedí papel y lápiz, me lo dio sin dudar un segundo, mientras la señorita Pepi intentaba excusarme delante de la clase una lágrima se deslizaba por mi mejilla izquierda.

1 comentario:

  1. jejejej que bueno, mola el relato, la historia del día de disfraces ya la habia oído, aunque aquí resulta un poco triste...

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